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Perro Callejero. Fotografía de David Gómez.

Por Amapola Nava (Agencia Informativa Conacyt).- El perro llegó a América hace casi 12 mil años. Llegó por el estrecho de Bering, acompañando a quien hoy lo considera su mejor amigo. La relación entre las dos especies había comenzado cuando el homo sapiens domesticó algunos individuos de lobo gris que habitaban en Eurasia y el Medio Oriente, unos dos mil años atrás, según los vestigios arqueológicos, o unos 10 mil años antes, según los análisis de ADN.

Una vez domesticado el perro, resultó ser una especie generalista —que puede vivir casi donde sea y comer casi lo que sea— y no tuvo problemas para adaptarse al nuevo continente. Entró con el humano y se convirtió en una especie exótica que fue capaz de establecerse y reproducirse fuera de su lugar de origen, en un hábitat que no era propiamente el suyo.

Los invasores

Para llegar a las islas Revillagigedo hay que navegar más de 25 horas y atravesar 800 kilómetros del océano Pacífico, si se parte de Manzanillo, o 400 kilómetros, si se parte de Cabo San Lucas. Incluso allí hay perros.

Desde Quintana Roo hasta Baja California, donde haya mexicanos seguramente habrá perros. El problema viene cuando hay perros pero no hay mexicanos o cuando hay perros donde se pretende conservar la vida silvestre. Pues no deja de ser un animal carnívoro, que puede devorar casi todo y transmitir enfermedades.

Es en estos casos cuando lo que era un especie exótica se convierte en una especie invasora.

Un riesgo real

Durante una invasión no se pide permiso para entrar, el intruso llega y ocupa el lugar a la fuerza. El invasor puede ser una planta, un animal, un hongo o un microorganismo, pero todos tienen algo en común, logran multiplicarse y se apoderan del nuevo territorio a costa de las especies nativas, de la salud pública o de la economía humana.

En México, la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio) debe lidiar con 350 especies invasoras, de las cuales 170 pueden poner en riesgo muy alto los ecosistemas, la economía y la salud de los habitantes del país. De este grupo de 170 especies, 11 son mamíferos y uno de ellos es el perro.

Para saber qué tan peligrosa es la invasión de una especie, se debe evaluar cuál es el riesgo real de que se distribuya y se reproduzca en el territorio nacional; qué tanto puede dañar a las especies nativas, depredándolas o compitiendo con ellas; qué tanto daño puede ocasionar al paisaje, alterando el ciclo del agua o erosionando el suelo; qué enfermedades puede transmitir y cuánto daño puede causar a la economía.

Y cuando Yolanda Barrios Caballero, especialista de la Dirección General de Análisis y Prioridades de la Conabio, analiza estas variables, no le queda duda de que el perro como invasor pone en riesgo la biodiversidad en el país. Y no solo es ella quien lo dice, el 7 de diciembre de 2016 se publicó en el Diario Oficial de la Federación la Lista de Especies Invasoras de “Muy alto” riesgo para México, en la cual se incluye al perro.

Los perros de México

Perros en Área Natural Protegida. Fotografía Archivo Conanp.

Perros en Área Natural Protegida. Fotografía Archivo Conanp.

Ignacio March Mifsut, director de Evaluación y Seguimiento de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), levantó el teléfono para comenzar con su investigación. Diez llamadas después sabía que, en total, 30 áreas naturales protegidas en el país tenían perros; que cazaban solos o en jaurías, y mataban roedores, aves, peces, reptiles, incluso venados; que ya habían atacado a algunas personas y que todos estaban allí por descuido humano.

Algunos habían sido abandonados, como en el caso del área de Flora y Fauna de la Primavera, Jalisco, situación que “es terrible tanto para el animal como para el área de conservación”. Otros eran perros callejeros que se alimentaban de basureros a cielo abierto cercanos y que eventualmente entraban al área natural protegida. Y también había algunos que se habían extraviado.

“A las personas les gusta mucho ir con sus mascotas a las áreas naturales protegidas. No sobra decir que está prohibido entrar con perros a estas zonas; sin embargo, las personas llevan a sus mascotas. ¡Caray!, por lo menos sería bueno que las llevaran amarradas. Los perros se van al monte, nunca los encuentran y allí se quedan”.

Al final, el perro tratará de sobrevivir y comenzará a cazar lo que pueda para alimentarse, y si se encuentra con más perros en el lugar, se unirá a ellos para protegerse con la jauría.

Pero el problema va más allá de que cacen animales que pueden estar en peligro de extinción. Los perros también afectan a otros depredadores como el jaguar, el puma y el lobo mexicano.

La mala fama del jaguar

En México, al jaguar no lo cazan por su piel o por conseguir un trofeo, lo cazan porque se come al ganado y deja a las familias sin sustento. Heliot Zarza Villanueva lo entiende. El investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Lerma, ha trabajado más de 20 años en la conservación del jaguar y sabe que no se puede culpar sin miramientos a los ganaderos, pues muchas veces son personas que tienen muy pocos recursos económicos y si no se defienden del depredador, pueden quedarse sin nada.

Pero también sabe que no todos los ataques al ganado son culpa del jaguar o del puma. A gran parte de las cabras, los borregos e incluso los becerros en las zonas rurales los matan los perros, y al jaguar y al puma se les culpa. Esta mala fama predispone a los pobladores a defenderse de los supuestos asesinos.

Ataque_de_perros_ferales_a_venado_cola_blanca_en_Area_Natural_Protegida._Archivo_Conanp

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Los perros, además, afectan directamente a estos grandes felinos, pues son una feroz competencia para cualquier carnívoro. Son animales que se disputan el alimento y el territorio mediante estrategias provocadoras, moviéndose en grupo, acosando con ladridos y marcando el territorio.

Al fin y al cabo, lobos

Una de las características de los individuos de una misma especie es que tienen la capacidad de reproducirse entre sí. Y lo último que la Conanp desea es que Canis lupus baileyi hibride con Canis lupus familiaris. Al fin y al cabo, al ser de la misma especie, el lobo mexicano puede cruzarse con el perro doméstico.

Ignacio March sabe que esto ya ha pasado en Estados Unidos y que el resultado, el perro-lobo, es un animal violento que ha matado a seres humanos. Y lo que menos quiere la Conanp es que alguno de los 20 ejemplares de lobo mexicano que ahora viven en libertad, gracias a su programa de reintroducción, se apareen con los perros que encuentren en las áreas de conservación. Esto ocasionaría una pérdida genética importante; además, está la cuestión de las enfermedades.

El distemper canino

El 5 de enero de 2013, en los alrededores de Ortona dei Marsi, un municipio en la región central de Italia, un grupo de veterinarios encontró a dos cachorros de lobo italiano muertos. En los pulmones de los animales se detectó la presencia de distemper canino, el virus causante del moquillo en perros domésticos.

Veinticinco días después, a 19 kilómetros de Ortona dei Marsi, el equipo veterinario del Parque Nacional de los Abruzos, Lacio y Molise, encontró dos lobos con signos de haber enfermado de moquillo. Y a las dos semanas rescataron a otro cachorro enfermo. Los siguientes quince días localizaron a tres infectados más, pero los animales murieron antes de poder ser hospitalizados.

Ese fue el inicio de una epidemia que provocó fiebre, flujo nasal, vómito, diarrea y convulsiones a los lobos de la región. Para el 17 de abril del mismo año, se habían detectado 30 cadáveres, en 20 de ellos se encontró el virus del moquillo.

Durante la epidemia, varios perros domésticos no vacunados, perros pastores y perros ferales enfermaron. Un grupo de científicos tomó muestras del patógeno que los infectó y encontró que el virus de lobos y perros compartía una proteína que se encontraba solo en virus que infecta a perros de Italia, Hungría y Norteamérica.

Con este hallazgo, los investigadores concluyeron que había gran probabilidad de que los perros hubieran contagiado a los lobos en las afueras de los poblados; conclusión que plasmaron en un artículo publicado en la revista PLoS ONE.

El contagio a otras especies

“La introducción de un solo agente patógeno puede provocar mortalidad masiva y alterar por completo un ecosistema”, explican Jorge Álvarez Romero y sus colaboradores en el libro Animales exóticos en México: una amenaza para la biodiversidad. Y el virus del moquillo canino ya ha dado otros ejemplos de esta aseveración.

Se cree que este patógeno fue uno de los factores determinantes para la extinción del hurón de patas negras en Norteamérica, y en 2000 fue el causante de la muerte de más de 11 mil focas en el mar Caspio.

El virus tiene algunas variantes que atacan a carnívoros terrestres como hienas, hurones, zorrillos, mapaches y comadrejas; pero también hay variantes que infectan a un grupo muy distinto de animales, los mamíferos marinos.

Los perros también pueden transmitir enfermedades al ser humano, sin contar que sus mordidas “son responsables de decenas de millones de lesiones cada año” en el mundo, según la OMS. Muchas de estas lesiones requerirán reconstrucción quirúrgica y algunas serán letales, si no por la agresión, sí al transmitir la rabia. Factores a considerar si se toma en cuenta que muchos de los perros que entran a las áreas naturales protegidas y pierden el contacto con el humano pueden volverse ferales.

Los perros feroces

El término feral significa cruel o sangriento y tiene su raíz en el latín ferālis, de fiera. Cuando se utiliza para designar a un animal hace referencia a que el espécimen alguna vez fue doméstico, pero que ha regresado a su estado salvaje y sus descendientes nacerán asilvestrados.

Este proceso de feralización puede sucederle a cualquier animal que haya sido domesticado, ha pasado con el cerdo, ha pasado con el gato y ha pasado con el perro.

Durante su investigación, Ignacio March no solo se enteró de que en 30 áreas naturales protegidas había perros, también descubrió que en dos de ellas —el Parque Nacional Huatulco y en Isla Cedros— los perros eran ferales.

En el Parque Nacional Huatulco, dos turistas habían sido atacados por estos perros en dos ocasiones diferentes. Y se habían detectado tres jaurías de ferales que, además de la reserva, también rondaban el basurero municipal. En Isla Cedros, los perros estaban atacando a elefantes, lobos marinos y al venado bura, una especie en peligro de extinción.

Afortunadamente, pensó Ignacio March, ya existía un caso en el que se había podido controlar el problema de los perros ferales en un área natural protegida.

Los ferales en el Cañón del Sumidero

Los perros ferales del Cañón del Sumidero atacaban a todo tipo de animales, desde aves y ratones hasta al venado cola blanca. Además, representaban un peligro para los turistas y los habitantes de la zona.

Para abordar el problema, la Conanp y el municipio de Tuxtla Gutiérrez comenzaron campañas de esterilización, captura y reubicación de perros en la zona de conservación. Lo primero era detectar a los animales y determinar, mediante el estudio de su comportamiento, si eran o no ferales. Si eran perros extraviados o callejeros, se entregaron al municipio para colocarlos en albergues.

Pero si eran perros ferales, era imposible darlos en adopción. Son animales peligrosos que no reconocen al ser humano y pueden portar enfermedades. Su comportamiento es más parecido al de un coyote que al de un perro, sería una irresponsabilidad darlo en adopción o mantenerlo en un refugio, comenta Ignacio March. La única solución para proteger todo un ecosistema es el sacrificio humanitario, que evita el sufrimiento animal mediante anestésicos, según los lineamientos de la Norma Oficial Mexicana NOM-033-ZOO-1995.

Además, se realizaron campañas de Tenencia Responsable, acción que Ignacio March considera de lo más importante, pues de nada serviría eliminar a los perros ferales de un lugar si se siguen abandonando mascotas o si se les deja vagar libremente.

Al fin y al cabo, el perro llegó a América y se quedó con el humano como compañero, pero sigue siendo un carnívoro exótico que puede depredar, competir y transmitir enfermedades a otras especies cuando se aleja del ser humano.

 

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Gorilas y Orangutanes en grave riesgo de extinción

“Cuatro de los seis grandes simios –el gorila oriental, el gorila occidental, el orangután de Borneo y el orangután de Sumatra– están ahora clasificados en la categoría ‘en peligro crítico’, mientras que el chimpancé y el bonobo se hallan en la categoría ‘en peligro”, explica la UICN en un comunicado.

La última actualización de la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) visibiliza la situación crítica de cuatro de las seis especies de grandes simios que existen en el mundo.

El gorila oriental (Gorilla beringei) ha pasado de la categoría “en peligro” a “en peligro crítico” a raíz de una devastadora reducción de su población, que asciende a más del 70% en 20 años. Su población se estima en menos de 5.000 individuos. El gorila oriental de planicie (G. b. graueri), una de las dos subespecies del gorila oriental, perdió el 77% de su población desde 1994: de 16.900 individuos pasó a solo 3.800 en 2015.90be2f12737d7b99fd3df4fdf6258f41

“Es realmente preocupante ver al gorila oriental –una de las especies más cercanas al ser humano– encaminarse a la extinción”, comentó Inger Andersen, Directora General de la UICN.

“Vivimos en una época de grandes cambios y cada actualización de la Lista Roja de la UICN nos muestra que la crisis global de la extinción avanza a gran velocidad. Las acciones de conservación dan resultados y cada vez tenemos más evidencias y pruebas  de que es así. Nuestra responsabilidad es  intensificar nuestros esfuerzos con el fin de  revertir la tendencia y salvaguardar el futuro de nuestro planeta”, añade.

Si bien está prohibido matar o capturar grandes simios, la caza representa la mayor amenaza para el gorila oriental de planicie. En cambio, la otra subespecie del gorila oriental, el gorila de montaña (G. b. beringei), se encuentra en una mejor situación, con un aumento de su población, que actualmente suma unos 880 individuos.

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El León de Berbería o león del Atlas o de Nubia, el león de los sultanes,  fue muy comocido en los circos romanos, enfrentó a los gladiadores del imperio y él dio al león el título de «rey de la selva» ya que esta especie vivía entre bosques de pinos y no en la sabana. Con una longitud aproximada de 3.40 m., una altura de 1.55 m. y un peso cercano a los 300 kg., esto lo convierte en uno de los mayores felinos que haya existido.

Cierto que hay indicios de que en algún tiempo los leones pudieron pisar los campos del Rif oriental, tal como puede apreciarse en la toponimia de la zona, pero no sabemos en que momento aparecieron los nombres geográficos que los recuerdan y por lo tanto no podemos establecer la época.

León de Berbería o león del Atlas o de Nubia fue muycomocido en los circos romanos y él dio al león el título de "rey de la selva" ya que esta especie vivía entre bosques de pinos y no en la sabana.  Con una longitud aproximada de 3.40 m., una altura de 1.55 m. y un peso cercano a los 300 kg., esto lo convierte en uno de los mayores felinos que haya existido.

León de Berbería o león del Atlas o de Nubia fue muycomocido en los circos romanos y él dio al león el título de «rey de la selva» ya que esta especie vivía entre bosques de pinos y no en la sabana. Con una longitud aproximada de 3.40 m., una altura de 1.55 m. y un peso cercano a los 300 kg., esto lo convierte en uno de los mayores felinos que haya existido.

En el siglo XVI
La existencia de leones en Marruecos y Argelia está más que documentada. En el siglo XVI, según las referencias aportadas por León Africano y Luis de Mármol, debían abundar en algunos parajes del norte de África. Según Cabrera, de las plazas españolas salían a veces caballeros, lanza en ristre, a practicar el deporte de la caza, deporte que, afirma el mismo autor, se prolongó durante el siglo siguiente.
Para Mármol, “Descripción general de África, 1573”, se trataba de un “animal salvaje, recio, animoso y cruel más que otro ninguno”, que atacaba a toda clase de animales, salvajes y domésticos. Los “señores africanos” los cazaban a base de lanza y saeta, sacándole de su guarida con el estrépito de atabales, añafiles y dulzainas, y en muchas ocasiones con serias pérdidas en hombres y caballos. Mármol cuenta el caso, ocurrido en la kabila de Temesna (territorio mal definido situado entre los de Chauía y Tadla) en el que un león hirió a once caballos y mató tres hombres. Situaba a los más peligrosos en la propia Temesna, en Fez, cerca de Tremecén, y entre Bona y Túnez. El propio autor asegura que en Fez se hacían corridas de leones como si fueran toros, aunque también afirmaba que si no se le tiene miedo y se le hace frente, no ataca, lo que, por cierto, es coincidente con algunos otros autores de los siglos siguientes. León Africano –desconcertante– decía que si un león se presentaba ante una mujer desnuda, avergonzado, llorando y rugiendo, agacharía la cabeza y se marcharía. También situaba a los leones más peligrosos en el bosque de la Mamora, y los más numerosos, aunque también los más cobardes, en un paraje no determinado llamado Agla que Renou, “Description geographique de l’empire de Maroc, 1846”, no pudo concretar, situado en las inmediaciones del río Uarga, entre Fez y Uazan. Cobardes hasta el punto de que por aquel entonces a un hombre tímido se le decía que era “bravo como los leones de Agla, a los que un ternero les comería la cola”.
Tan abundantes eran en esta época que en 1549 se llegaron a juntar 50 leones, cada uno de ellos capturado por un caid diferente, y sus cabezas se colocaron sobre una puerta especialmente construida en la muralla de Marrakech.
Uno de los leones vistos por Mármol tenía una altura de más de metro y medio, y él mismo pudo ver un león disecado en Tarudant de casi dos metros y medio de largo.
En el siglo XVII
Parece que la fama de cobardes de que gozaban los leones del Uarga les acompañó en el siglo siguiente, pues un escritor anónimo inglés escribía en 1609 que “la gente del país en el que se criaban más leones, cuando se encontraban con uno, lo miraban fijamente a la cara con rostro severo y airado, insultándole y reprendiéndole, haciendo que el león saliera corriendo como un perro”.
En 1681, Mouette, “The travels of the Sieur Mouette in the Kingdoms of Fez and Morocco,1710”, dice que se capturaban leones utilizando las matmoras (los silos subterráneos en los que se guardaban las cosechas de grano), en las que se colocaban ovejas como cebo.
Seguían siendo abundantes, pues Frejus, en 1670, en su viaje desde Alhucemas, vio leones vagabundeando por las llanuras de Taza, y el corsario capitán Phelps, capturado por los piratas saletinos en 1685, se topó con varios leones camino de la costa, cuando escapaba de sus captores.
Su abundancia parece confirmarse porque, según escribe Carlos Posac, “Andanzas de un caballero malagueño por tierras marroquíes, 1982”, el historiador portugués Fernando de Menezes afirmaba en su día que en la ribera africana del Estrecho se cazaban tantos leones en la primera mitad del siglo XVII que en el mercado de Tánger se vendía la carne para su consumo.
Ilustración de Gustave Doré para la Caza al león (1855)

Ilustración de Gustave Doré para la Caza al león (1855)

En el siglo XVIII
Thomas Pellow hizo el recorrido de Mequinez a Tafilalt en 1735. De su experiencia salió una publicación, “The story of the long captivity and adventures…, 1739”, en la que daba consejos a los posibles viajeros sobre como salir airosos de un encuentro con leones. La primera norma era insultarle, pero en la lengua del país, no fuera que los animales no entendieran su lengua materna, con el fatídico resultado que se podía esperar. La segunda, mirarle fijamente dándole a entender que no se le tenía miedo. El león, atemorizado “se levanta sobre sus patas, azotándose duramente el lomo con la cola, caminando sobre aquellas, rugiendo de forma terrible…”; cuando se halla a una cierta distancia el león volvía a sentarse de cara a la inasequible víctima  y el proceso volvía a repetirse, con los mismos insultos y el mismo talante amenazador; generalmente, a la tercera vez se iba definitivamente abandonando el campo. Desde luego hay que tener una infinita reserva de fe para creerse semejante asunto. Aunque Pellow afirme a continuación: “se que es verdad porque me he visto algunas veces obligado, en mis viajes a través del país a efectuar el experimento”. La secuencia anterior es sospechosamente similar a la ya mencionada para el siglo XVII, a cargo del escritor anónimo de 1609.
Según Budgett Meakin, “The land of the moors, 1903”, por el mismo tiempo, el doctor Drown decía que, efectivamente, ese era el modus operandi de los árabes en casos similares, pero añadía que jamás se había encontrado con nadie que mencionase una experiencia personal con aplicación de tan original experimento.
Para darle más color a la cuestión, Charant recomendaba aterrorizar a la bestia flameando un turbante desenrollado como si fuera una serpiente.
Con el paulatino incremento de la posesión de armas de fuego en manos de la gente, el número de leones fue descendiendo sensiblemente desde finales del siglo anterior, hasta el punto de que el padre dominico Busnot, enviado por Luís XIV para entrevistarse con Muley Ismael y negociar la liberación de los esclavos franceses, reconocía que habían disminuido mucho en número y sólo se les veía ocasionalmente en sus guaridas del Marruecos central,entre la zona de los Zemmur y Tadla. Evidentemente estaban mucho más extendidos.
Durante el siglo, los leones eran habitual objeto de regalo de los sultanes de Marruecos a los monarcas europeos. En 1785 Mohammed ben Abdallah envió al rey de España, entre otros animales, un león y una leona.
El cirujano Lempriére hizo un viaje a la corte magrebí en 1789 para curar a uno de los hijos del sultán de una afección a la vista. De su relato posterior, “A tour from Gibraltar to Tangier, Sallee , Mogodore, Santa Cruz, Tarudant, and thence over Mount Atlas to Morocco…, 1791”, se extrae que el Atlas, por donde cruzó camino de Marrakech, estaba lleno, no solo de leones, sino también de tigres (¿), lobos, jabalíes y serpientes monstruosas; eso sí, siempre ocultos, pues solo salían cuando el hambre les acuciaba. El propio Lemprière dice haber avistado un tigre en las cercanías de Tarudant, aunque durante su paso por el Atlas solamente vio unas águilas de tamaño descomunal.
El conde Potocki, por la misma época, daba la versión más verosímil en cuanto a la existencia de leones, situándolos en el bosque de la Mamora, cercano a Mehedía, bosque que evitó en su camino por la costa, aunque él mismo reconoce que no eran muy peligrosos dada la abundancia de jabalíes en la zona, bien protegidos por su naturaleza impura según la ley musulmana, pero magnífico manjar para los leones, permitiéndoles estar bien alimentados.
La existencia de leones y jabalíes en la Mamora fue confirmada, algunos años más tarde por el teniente de la marina real inglesa Washington, quien viajó por gran parte de Marruecos durante el invierno de 1829 a 1830.
Ilustración de Gustave Doré para la Caza al león (1855)

Ilustración de Gustave Doré para la Caza al león (1855)

En el siglo XIX
Los leones magrebíes eran muy selectivos en su alimentación. Varios son los autores que remarcan que, por ejemplo, no les apetecía la carne de judío. Esta particularidad propiciaba que fueran judíos los encargados de vigilar jaulas y fosos de los leones en cautividad. Según el geógrafo Malte-Brun, “L’empire de Maroc, 1813”, en ocasiones algunos judíos eran arrojados al foso de las fieras, como Daniel, sin que ocurrieran desgracias irreparables. Bien es verdad, añade el francés, que sus correligionarios encargados de los grandes felinos, procuraban tener bien alimentadas a las bestias por si acaso.
John Buffa, médico británico en Gibraltar, que estuvo en Marruecos en 1806, añade que no solamente los judíos, si no que también pasaban de mujeres y niños. A Buffa le contaron la llamativa historia de un judío a quien el pérfido Muley Iazid había arrojado a los leones, que llevaban sin comer un día entero, y que las fieras ni siquiera lo tocaron; a continuación les echaron una vaquilla y la devoraron a gran velocidad.
Es difícil determinar el número de leones que podía haber en el norte de África en aquella época; posiblemente, al menos hasta la llegada de los franceses, fueran más abundantes en Argelia.
Las noticias sobre leones son siempre fragmentarias y cuanto más precisas más dudosas.
Ilustración de Gustave Doré para la Caza al león (1855)

Ilustración de Gustave Doré para la Caza al león (1855)

El geógrafo Graberg de Hemso, que fue agente general de Suecia en Marruecos por el año 1818, asegura, “Specchio geografico e statistico dell’Impero de Marocco, 1834”, que en aquella época, leones y panteras solían bajar desde las montañas de Beni Arós hasta las mismas puertas de Larache. Nos cuenta el coronel Carrillo, presente en Tánger, en informe manuscrito, “Apuntaciones generales sobre el imperio de Marruecos, 1828”, que los cónsules de la ciudad temblaban ante la posibilidad de que el Sultán les diese, para sus soberanos, alguno de los cuatro jóvenes leones encerrados en la alcazaba, cada uno de los cuales consumía once libras de carne diarias, que, como era de esperar, pagaban por turno riguroso los judíos de la plaza.
De esta época nos queda como recuerdo gráfico, el conocido cuadro de Delacroix, “La chasse des lions au Maroc”, fruto fantástico del viaje que el pintor realizó por el país magrebí en 1832.
Parece digno de crédito lo que escribe Sir John Drummond–Hay, que mató un león en las cercanías de Tánger en 1846. Esta hazaña se la volvió a contar el cónsul personalmente a los naturalistas Hooker y Ball en 1871; el propio Hooker, “Journal of a tour in Morocco andthe Great Atlas, 1878”, dice que “no estaba preparado” para oír tan singular (y preocupante) historia, teniendo en cuanta que ambos se disponían a penetrar en Marruecos en busca de plantas y minerales.
Más difusa es la información de Gatell, a quien mostraron huellas de leones sobre la arena del Sus. A partir de entonces las noticias sobre leones se moverían entre lo especulativo y lo fantasioso. Son cada vez más los viajeros por el territorio magrebí, sin que de estos viajes se desprenda experiencia personal alguna al respecto.
El clérigo León Godard (1858), buen conocedor del país (aunque actualmente vituperado por su supuesta visión parcial y eurocéntrica de la realidad) , los limita, “Le Maroc, 1859”, a las soledades boscosas, poniéndoles como casi extinguidos en la zona septentrional. En 1876, el viajero Leared, “Morocco and the moors, 1876”, aseguraba que ya nadie hablaba de leones en Marruecos, restringiendo a las montañas del Atlas a los escasos supervivientes.
También la imaginación contaba lo suyo; el capitán Phillips Durham Trotter, “Our misión to the court of Marocco, 1881”, que acompañaba a Sir John en una misión diplomática en 1880, confesaba su nerviosismo cuando escuchaba a uno de los integrantes del grupo,
Boomgheis, que había oído rugir a unos leones en la zona de Uazan. Su compatriota, el pintor Montbard, “Among the moors, 1889”, refiriéndose a su viaje por Marruecos en compañía del célebre periodista Walter Harris, consideraba como “un asunto muy serio”, el que Harris les avisara de que había un león rondando por los alrededores. Era una de las clásicas bromas del travieso periodista.
En la cercana Argelia, los franceses, principalmente representados por el celebrado oficial de spahis Jules Gerard , el llamado “tueur de lions”, hicieron desaparecer a gran velocidad el censo de leones. Un tipo como Gerard, aplaudido y envidiado en su tiempo, con una estatua en el centro de su ciudad natal, pasó a la historia por haber matado 25 leones en once años, dejando grandes zonas del país despobladas del felino. Daudet tomó su figura como ejemplo para su personaje del Tartarín. Todo parece indicar, sin embargo, que sobrevivieron más leones en Argelia que en Marruecos, y en 1880, escribe Ángel Cabrera, todavía se cazaron en aquel país 16 leones. En aquel año, según le contaron viejos cazadores indígenas al zoólogo, ya no había leones al norte del río Bu Regreg y en la zona de Taza. Los pocos que quedaban se hallaban en parajes recónditos del Atlas.
Ilustración de Gustave Doré para la Caza al león (1855)

Ilustración de Gustave Doré para la Caza al león (1855)

¿En el siglo XIX?
No sabemos con certeza cuando desaparecieron para siempre los leones norteafricanos. Las referencias al rey de los animales se difuminan y se pierden. El comandante Cos–Gayón, que en la campaña del Rif de 1909 tuvo un cierto eco, decía a principios de siglo, “Algunos datos referentes al imperio marroquí, 1902”, que por selvas sombrías, y sobre todo por las del mediodía del Atlas y las montañas del Rif pululaban leones, panteras, chacales, osos, jabalíes y lobos. Pero todo parece indicar que la información estaba sacada de datos muy anteriores.
Tanto el “Nouveau Dictionnaire de Geographie Universelle (1887)”, como la “Geografía Universal” del geógrafo Reclús (1889) informaban de que los leones marroquíes existían principalmente en las montañas del Rif, “en las cercanías de la frontera argelina”; es decir, no lejos de Melilla, cosa absolutamente inverosímil. Cousin y Saurin, “Le Maroc, 1905”, establecidos en Tánger, mantienen igualmente que el león se encontraba frecuentemente en el interior, sobre todo en el macizo del Rif y en el Atlas, pero si quedaba alguno, solo parece probable que estuviera en el Atlas, pero no en Rif.
Alguno es posible que quedara si nos creemos lo que el depuesto sultán Muley Hafiz, establecido en España, le contó al mencionado Ángel Cabrera: que durante su reinado (1908-1912) aún quedaban algunos leones en los montes de los Zaián y entre los Beni Mguild. Probablemente eran los últimos, y tras la llegada de los franceses, algunos de los numerosos aficionados a la caza mayor del país vecino, émulos de Gerard, acabaron con los últimos ejemplares de una especie animal feroz y altiva que conoció mejores tiempos en el norte de África.
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Y en la actualidad, ¿existe o no el león de Atlas?

La especie  sobrevive en un zoológico próximo a Rabat. Y los expertos tratan de dilucidar , si el león de ese zoológico es el mismo que habitó las montañas del norte de África. Símbolo de Marruecos e insignia de la selección nacional de fútbol “Los leones del Atlas”, este felino de extensa melena, un peso que supera los 200 kilos y con unos tres metros de largo, representa la fuerza, la majestuosidad, la protección y la dignidad del país. Durante años los investigadores mantuvieron que el león desapareció en 1920 a causa del progresivo deterioro de su hábitat, lo que le obligó a descender de las montañas en busca de presas y comenzar a alimentarse de las reses de los ganaderos.

La persecución de los granjeros para salvar sus ganados y las cacerías organizadas durante la época colonial (1912-1956) hicieron que poco a poco el león del Atlas fuese extinguiéndose, aunque algunos sostienen que la última vez que se le vio fue en los años 1940.

 

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Varias décadas después, en 1970, el león reapareció de forma sorprendente, cuando el primer Zoológico de Temara abrió sus puertas y el entorno del rey Hasán II ofreció a este lugar una colección privada de felinos que había pertenecido a su padre Mohamed V. Fue aproximadamente en ese mismo periodo cuando otros leones de esa colección fueron regalados a zoológicos en Reino Unido, Alemania o Estados Unidos, pero Salma Slimani, directora de gestión administrativa del nuevo Zoo de Temara, asegura que se ha perdido su rastro. A Temara en la década de los 70 llegaron expertos del extranjero para comprobar la autenticidad de los leones del Atlas guardados en el zoo, comparándolos con la fisonomía clásica del felino, y certificaron entonces que se trataba de los originales. Sin embargo, la ausencia de pruebas de ADN han seguido alimentando hasta hoy las dudas. Slimani destaca que actualmente se está realizando una investigación entre Marruecos y los museos nacionales de historia natural de Nueva York y París, para comparar el ADN de los leones de Temara con los que se encuentran disecados en la capital francesa.

En 2012, el Zoo de Temara se reconstruyó para convertirlo en una zona más acorde con los tiempos modernos; ahora los animales están repartidos en 27 hectáreas en las que se han reproducido cinco ecosistemas. Además de servir de entretenimiento, en el zoo los especialistas se encargan de la investigación y preservación de las especies.

“Con todos los mitos que se han construido alrededor del león es impensable que no estuviese aquí (en el zoo), donde es un emblema, el alma del lugar y el motivo principal por el que muchos turistas vienen”, subraya Slimani.

Hoy el zoo cuenta con unos 40 felinos, frente a los 22 que tenían en 2012 y los veterinarios se han visto obligados a traer de Australia unos anticonceptivos para parar las reproducciones. Una cosa está clara, el león se siente a sus anchas.

A sus anchas, pero sin posibilidad de regresar a su hábitat natural ya que no hay presas suficientes para que este león, que come una media de siete kilos de carne diarios, se alimente, y porque además los lugareños del Atlas se enfrentarían a los mismos problemas del pasado.

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“A nivel financiero es muy caro y no creo que ahora sea la prioridad, incluso si se tratase de un espacio protegido”, sentencia Slimani, quien piensa que “quizá las generaciones futuras preserven estas colecciones para mostrar a las siguientes el vínculo entre el pasado y el futuro en materia de biodiversidad”.

Mientras los investigadores determinan su autenticidad, el felino vive en una pequeña reconstrucción de su ecosistema, no se preocupa de cazar a sus presas y deleita a duras penas a los adultos y niños que acuden a visitarlo ya que acostumbra a dormir bajo la sombra durante todo el día.

A diferencia de otros animales en vías de desaparición que se encuentran en el zoo, el presunto león del Atlas ya nunca volverá a correr libremente por las montañas del norte de África.

 

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